Nos dicen que los niños deben dormir solos en sus jaulitas toda la noche desde que nacen, que si no lo hacen debemos entrenarlos unos cuantos minutos de llanto cada vez hasta que se rindan por completo. Todo lo que hacemos por nuestros hijos es por amor y realmente haríamos cualquier cosa por ellos, incluso aquellas que nos duelen en el alma hacerlas. A veces como mamá, como papá o como abuelos sentimos que lo que dicen que es correcto parece no serlo, todo radica en la necesidad de adaptar a nuestros hijos a un mundo cada vez más complicado que les exigirá capacidad, competitividad y adoctrinamiento. Antes que la razón y necesidad está el amor que suele ser sabio y tranquilo… El Principito diría -¿Qué es domesticar?- Y lo preguntará una y otra vez hasta que la respuesta sea satisfactoria, porque eso es lo lógico, una buena respuesta para una buena pregunta ¿no? Una pregunta como esa sólo podría responderla el Zorro, que es astuto, paciente y sabe escuchar a un niño que sabe preguntar (cosa nada fácil por cierto). Como todos saben el Zorro dirá: -Significa crear lazos…- Eso parece fácil o al menos creemos que por compartir el mismo espacio con nuestros hijos eso sucederá de forma espontánea y entonces, al igual que El Principito nos preguntamos -¿Crear lazos?- -Efectivamente- dirá el Zorro. -Tú no eres para mí todavía más que un muchachito igual a otros cien mil muchachitos. Y no te necesito. Tampoco tú tienes necesidad de mí. No soy para ti más que un zorro entre otros cien mil zorros semejantes. Pero si me domesticas, entonces tendremos necesidad el uno del otro. Tú serás para mí único en el mundo, yo seré para ti único en el mundo...- Como padres siempre seremos únicos para nuestros hijos, pero si seguimos recordando las palabras del Zorro veremos que podemos ser únicos de muchas formas: -Mi vida es muy monótona. Cazo gallinas y los hombres me cazan a mí. Todas las gallinas se parecen y todos los hombres son iguales; por consiguiente me aburro un poco. Si tú me domesticas, mi vida estará llena de sol. Conoceré el rumor de unos pasos diferentes a todos los demás. Los otros pasos me hacen esconder bajo la tierra; los tuyos me llamarán fuera de la madriguera como una música- Domesticar o normalizar, buscar la adaptación a lo que M Montessori llama “un ambiente supernatural” para nombrar a la “civilización”, ese ambiente que no es natural sino que abarca siglos de avances a los que el niño debe adaptarse desde el momento de nacer. Un niño que en un ambiente natural nacería con el sonido de los pájaros, el viento y el silencio nocturno y cuya biología está preparada para ese estado, hoy nace en el ruido de autos, música a gran volumen y esas otras cosas a las que muchas veces se cree es mejor acostumbrarlos. Normalizar a nuestros hijos es llevarlos… o, mejor dicho, ir nosotros al estado natural de nuestra biología: a la paz interior, al silencio, a la búsqueda de la sabiduría que reposa en las cosas y que descubrimos si las observamos, que es aquello que hacen los niños cuando no los llenamos de ruido, apuros o afanes. Domesticar es como diría el Zorro, hacer esas cosas importantes cada día a la misma hora y de la misma forma, cumpliendo los ritos que nos enseña la naturaleza. Cada día el sol sale en un lugar, a una hora y de una forma determinada, así esperamos el amanecer y el anochecer, así alcanzamos equilibrio, constancia y amor por el inicio y el fin de cada jornada. Domesticar parece fácil, pero cuando pensamos que cada día es alcanzado por el siguiente, la tarea se hace más difícil, pues los ritos diarios son así… d-i-a-r-i-o-s eso es agotador ¿pero quién dijo que crear lazos era fácil?, no lo es, pero la recompensa, esa es extraordinaria. Los niños agradecen los horarios, los ritmos y las obligaciones, es decir los ritos, porque en ellos está el esfuerzo y sacrificio de cada segundo de “guarda los juguetes en su lugar” (dicho 50 veces al día), “intenta ponerte las medias” (5 veces cada día), “si no quieres la sopa está bien, pero recuerda que la consecuencia es que no puedes comer postre” (2 veces cada día) y así sucesivamente, cada familia agrega los propios ritos a los ritos universales de la sopa, los juguetes y la ropa. Por supuesto que no son agradables, pero los niños que ven aquello que está escondido saben que todo ese esfuerzo sólo lo sustenta el cariño, el amor incondicional dispuesto a amar en la rutina y la repetición, ese amor es el que los niños son capaces de percibir donde un adulto lo ignora. Tal vez no necesitemos largos y duros entrenamientos para dormir, dejar e pañal, comer y mil cosas más, tal vez simplemente debamos volver a lo “normal” y ver, sentir, escuchar y amar al niño que nos mira con los ojos del Principito, se un niño otra vez y abraza, ríe, acompaña y observa, las cosas serán como deben ser si hay suficiente paz como para oír el latido de tu corazón, el primer ritmo que conoce tu hijo.
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